La participación igualitaria de las mujeres en la adopción
de decisiones no sólo es una exigencia básica de justicia o democracia, sino
una condición necesaria para respetar sus derechos humanos y políticos. Sin su
participación activa, que incorpore el punto de vista femenino en todos los
niveles de decisión, no se podrán conseguir los objetivos de igualdad,
desarrollo y paz.
La lucha de las mujeres por alcanzar el pleno reconocimiento
de sus derechos no es nueva; a lo largo de la historia ha habido mujeres que
han trabajado a riesgo de su integridad para lograrlos y los avances
conseguidos han sido con base en este trabajo.
A mediados de los años ochenta, los grupos activistas
propusieron y adoptaron un nuevo enfoque conocido como la perspectiva GED
(Género en el Desarrollo), que propone un acercamiento al desarrollo
reconociendo la importancia de las inequidades y desigualdades de género.
El enfoque GED inspiró y enmarcó la Declaración y la
Plataforma de Acción de Beijing 1995, así como los compromisos internacionales
posteriores en la materia.
A partir de la Plataforma de Acción de la Conferencia de
Beijing sobre el avance de las mujeres y su protagonismo en el cambio
estructural de la sociedad, la comunidad internacional tomó definitiva
conciencia de que la sociedad del futuro y el pleno desarrollo económico y
social no se producirán sin contar con la participación plena de las mujeres.
En ésta se tradujo un salto cualitativo importante con
relación a las conferencias mundiales de la mujer previas (México, 1975;
Copenhague, 1980; Nairobi, 1985), ya que hasta entonces habían sido encuentros
de mujeres o encuentros para tratar las cuestiones que afectaban a la población
femenina en el mundo. Las mujeres eran las únicas destinatarias de las líneas
de actuación que se enmarcaban o de las medidas propuestas.
Fue a partir de Beijing que se consideró que el cambio de la
situación de las mujeres afecta a la sociedad en su conjunto y su tratamiento
no puede ser sectorial, sino integrarse en el conjunto de políticas públicas.
Por primera vez se consolidó la idea de la potenciación de
las mujeres en la sociedad, la idea del empoderamiento y la necesidad de que
ellas contribuyan en plenitud de condiciones y de capacitación para la
construcción de la sociedad.
El empoderamiento, comprendido como la potenciación del
papel de las mujeres, pasa por tres elementos clave que fueron desarrollados en
Beijing y totalmente aceptados como ejes fundamentales del avance femenino en
la sociedad: los derechos humanos, la salud sexual y reproductiva y la
educación.
A partir de ahí se trata de impulsar la participación de las
mujeres en igualdad de condiciones con los hombres en la vida económica y
política y en la toma de decisiones a todos los niveles.
Ha habido también otros actores tradicionales de la agenda
del desarrollo humano, uno de ellos clave para el cambio de paradigma fue el
Informe de Desarrollo Humano del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo
de 1995, que reconoce la desigualdad de género como una de las más persistentes
y sostiene que el empoderamiento de las mujeres debe ser parte sustancial del
arquetipo del desarrollo humano sostenible.
Ya en el 2000, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)
incluyeron el Objetivo 3, que establece la necesidad de lograr la igualdad de
género y el empoderamiento de las mujeres en el que se trabaja día a día para
conseguirlo.
Fuente: SUMA DF